Texto e imágenes por Aven
La casa que alquilamos en la playa es en realidad una mansión de tres pisos, con balcón al parque y sala de juegos. Para no perder tiempo elegimos nuestras habitaciones al azar y nos organizamos. O sea, tiramos todo en el suelo. O al menos eso hago yo.
A la noche comemos dos platos exclusivos que preparan Irek y Eva. El menú: lonja de atún y ensaladas del mediterraneo. La comida es buena y la presentan como un cuadro. A pesar de que ellos son polacos, viven como australianos modelos: bien; habrá felicidad y bienestar.
Luego ponemos música y las chicas se ponen a bailar. Me levanto y las sigo. Irek no participa, se queda en el balcón observando la noche estrellada. Eva se acerca sigilosamente y me rodea con ambos brazos: gira alrededor mío aportando movimientos absolutamente redundantes. Lo que acontece se impone violentamente. Miro a Ola y le hago un gesto. Ella me dice que Eva es así.
–Siempre me dice que todos los hombres se enamoran de ella. Tal vez te enamoras de ella. ¿O ya te enamoraste? Baila con ella. Yo los miro. Quiero mirarlos, es como si estuviera viendo una película. Recién pasaste un buen momento con ella. Se conectaron muy bien. ¿No? Seguí bailando con ella.
–Es una locura –digo.
Me siento en el sillón. Eva se sienta a mi lado. Ola pone música, está de espalda a nosotros. Eva se cruza de piernas y levanta su copa, brindamos. Ola me invita a bailar. Eva observa. Tomo a Ola con ambos brazos y bailamos. En medio de la canción ella me dice:
–Leí tu libro. Se todo de vos. –¿Qué libro? –El que escribís. Pero aprendí mi lección. Hubo un día entero en el que no podía levantarme de la cama. No podía soportarlo. Hablas de otras mujeres que conociste y de mí nada. Sólo unos renglones y me llamas La gran bebedora.
Irek nos saluda y se va a dormir. Eva nos dice que es una mujer soltera. Al parecer, discutieron. Ola baja la luz. Eva cierra las cortinas. No entiendo qué es lo que traman. La sala donde nos encontramos adquiere cierto furor. Cuando me doy cuenta lo que estoy pensando, ya estoy en la habitación, solo.
Despierto a la media noche, voy al baño a beber agua y luego al living. Eva duerme en el sillón y Ola baila abrazada a un pequeño gato de bronce. La tomo del brazo y vamos a dormir.
Por la mañana, todo parece andar bien. Irek golpea la puerta. –¡Breakfast! –En breve salimos –digo. En español. Nos volvemos a dormir. –Come on, guys. Irek y su paciencia oriental. –Ya casi estamos –digo. Me ducho.
Irek y Eva preparan todo con entusiasmo y diligencia, según ellos, somos sus invitados. Además, su sentido estético es tan delicado y supremo que interferir en él sería considerado un delito. El desayuno es espectacular: hay gran variedad de cosas. Todas ellas desconocidas y de primera calidad. El nuevo plan es ir a una playa particular. Cargo 12 cervezas pequeñas en el auto, ellos bebidas para hacer tragos.
–Vamos a una playa particular –dice Irek. ¿Qué tendrá de particular? Me pregunto.
Cuando llegamos, lo advierto, en la entrada hay carteles: cuidado con las arañas, cuidado con las serpientes.
El reino de lo salvaje.
No hay guardavidas ni gente. Estamos solos. De todas maneras nos bañamos en el océano. El agua es mortalmente fría. Con Ola nos acurrucamos y nos protegemos del viento dentro de una cueva. Un sonido extraño. ¿Arañas, serpientes? Huimos despavoridos. En la orilla, las piedras brillan cuando el agua las moja; recogemos una cantidad ingente. Luego de volverlas a observar nos damos cuenta de que una vez expuestas al viento, las mismas piedras son opacas y comunes. Las devolvemos como si fuera una gran estafa.
En un momento Ola se enoja conmigo porque olvidé su nombre y en la confusión, dije el de su amiga. Se ofusca de tal manera que no quiere saber nada conmigo. Nos adelanta en nuestra caminata y desaparece. La perdemos de vista. Llevo puesto sus zapatos. Pero sabemos que la sigue un perro negro que apareció de la nada.
Llego hasta un acantilado y la veo sentada. Le digo que se aleje de ahí, porque es peligroso. No entra en razones. El perro la siguió hasta donde está, entre las rocas. Irek, sensibilizado, aprovecha para tomar unas fotos desde una de las piedras. La convence o se convence sola y vuelve. Nos reconciliamos.
Llega el momento tan esperado: aparece un canguro. Es algo increíble, es decir, excede cualquier expectativa. Me acerco e interactúo con él. El canguro se deja acariciar, es uno salvaje pero muy razonable. Luego de inspeccionarnos mutuamente se para sobre su cola y dobla su tamaño, imponiéndose. Mira para un costado y para el otro. A lo lejos, el perro negro se acerca al galope. El canguro, impasible, observa, estudia la ubicación del can y luego pega un salto de diez metros. Desaparece en el segundo salto. El perro va tras de él. Jamás lo alcanzará.
El último día en Sydney, acompaño a Ola a la universidad. No me sorprende: es concretamente el resultado de una visión estética e intelectual del mundo académico, perfecta. Imposible describir con exactitud algo equivalente. ¿A dónde remontarse para sugerir paralelismos? Al sueño.
Ola me propone quedarme con ella uno, dos, tres meses más. Puedo dedicarme a pintar o tocar el violín mientras ella trabaja. Otra vez recurro al sueño, a una vida soñada. Le digo que lo quiero pero necesito arreglar algunas cosas en Argentina antes de tomar esa decisión. Si no fuera por ello, me quedaría, le digo. Cobarde. Pusilánime. Idiota confeso.
Ola entra a realizar su examen y yo espero en el parque junto a una laguna. Mujeres y hombres de genio descansan en el parque luego de su jornada académica. Les saco fotografías. ¡Qué criteriosos!
Al rato, Ola me envía mensajes para que conteste algunas preguntas de su examen de español. Le envío las respuestas. Cuando sale compramos comida en el comedor y caminamos por el parque tomando whisky con cola. Le confieso que, en realidad, debería dejar todo atrás y quedarme con ella, abandonar cualquier especulación financiera y sentimental, para hacer lo que realmente quiero hacer: algo nuevo.
Recorremos la universidad y dejo postales de mis cuadros en las paredes, sobre los bancos, quito otras postales de un revistero y pongo las mías. Invado la facultad con mis postales al igual que hice la vez que fuimos a la ciudad y pasamos por galerías de arte. Aunque en esa ocasión las tiraba por debajo de la puerta lo más lejos posible dentro del local.
Última cena. Vamos a tomar cerveza a un bar giratorio en el piso 20 de un edificio de lujo en pleno Sydney. La gente tiene mucho estilo.
–¿Me dejarán entrar? –¿Por qué no? Señalo mi vestimenta. –¿Qué problema hay con eso? ¿Uso las palabras correctas? Me desconcierta su ingenuidad. –Que tal vez nos prohíban la entrada. –No entiendo.
¿El error es mío? Imposible. Es claro. Soy un infiltrado. La coherencia del lugar me expulsa. La posibilidad de ser sancionado me parece lógica e incluso, necesaria. A nuestro alrededor la gente viste de traje y bebe champagne. Nos sentamos en la barra. Pedimos las bebidas más baratas. Como el bar gira, es complicado ubicar el baño. Cada vez que necesito utilizarlo, hablo con el mesero. Al rato, nos hace señas y nos regala un trago. Le divierte que seamos espontáneos y hablemos desaforadamente. Antes de irnos, me pasa su Facebook. Quiere conocer Argentina. Le prometo hospedaje.
Ola me habla de la energía que circula por el universo y genera todas las cosas, incluyendo el pensamiento. Esa energía se mantiene siempre igual, no crece ni decrece, solo se agrupa o cambia de dirección. Lo que deja de existir no desaparece, eso sería imposible, puesto que la energía creadora es toda la energía posible.
Australia: un país sin clases, multicultural, abierto, sin identidad clara, limpio, seguro.
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