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Orígenes míticos

Foto del escritor: Nahuel von KargNahuel von Karg

La referencia a un origen mítico y la mitificación por capas del pasado, como círculo vicioso y virtuoso, con Machu Picchu (Perú) y Las Vegas (Estados Unidos) de modelos.


Texto e imágenes por Nahuel Karg


La importancia retroactiva y el elemento mítico en –y por– la revisión de los eventos son algunas de las consecuencias de que la Historia sea hasta ahora sólo propiedad humana. Impregnar lo que somos en “lo que fuimos”, pero también extender cualquier instancia formativa hasta el extremo de edificar una épica que nos justifique.



Desde los escritos religiosos hasta las crónicas de viaje en contextos de sospecha, y cada hueso reemplazado en museos por prótesis aproximativas, toda Historia es un debate en proceso y la reversión de un relato anterior. Baste como ejemplo local el mito del dulce de leche, producto gastronómico que sirve de marca argentina en el exterior. La primera versión del descubrimiento de este producto se ubica en las periferias de un evento central de la Historia: la cocina de la Estancia La Caledonia, el día del pacto de paz entre el general Juan Manuel de Rosas y Lavalle en Cañuelas, en 1829. Una cocinera, atenta a las complicaciones de tal encuentro, olvida en el fuego una lechada con azúcar que con el tiempo, abandonada, deviene dulce de leche. Pero esta sería una reversión de otro evento, también altisonante, con José de San Martín descubriendo e importando el dulce de Chile en 1817. Y sí, las inevitables versiones anteriores: la misma cocinera y la misma lechada con azúcar abandonada, pero esta vez en Francia, en 1804 y con el propio Napoleón Bonaparte y su sirvienta de protagonistas.


Estas escenas que condensan ingredientes múltiples para anclarse en la humanidad (siempre el relato), y en donde las reminiscencias son hiperbólicas (nadie se evoca como esclavo o ignoto en vidas pasadas) resumen el trabajo constante del presente sobre el pasado. El Machu Picchu, la ciudadela a 2430 metros de altura en la que vivieron incas y quechuas por más de medio milenio, y que fue redescubierta a las luces de la ciencia y el turismo en el siglo XX, sirve de sinécdoque de este doble movimiento.


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En lo alto de la montaña el Sol brilla. Un alivio teniendo en cuenta el promedio de lluvias en esta región en marzo. Como Venecia, Ámsterdam o París, Machu Picchu se compra y vende a los habitantes del siglo XXI como una embajada de Instagram en la vida atómica. Y ahí está el guía, mostrándonos construcciones de piedras contiguas, indistinguibles unas de otras en sus formas.


–Ésta –refiere señalando alguna– está hecha por el inca. Esta otra, por el incapaz.


Su discurso sobre esta edificación demencial en la cima de una montaña se sostiene sobre la sintonía fina de distinguir lo real de lo falsificado, lo virgen de lo sometido, lo originario de lo restaurado.


–Las llamas esas por ejemplo. No había ninguna acá. Las trajeron en 1995 para una campaña publicitaria y se reprodujeron.


Y seguirá así con los rincones reemplazados, con las escaleras completadas, con el césped de estadio europeo que antes parece haber sido tierra destinada al cultivo.

En contextos de registro, de internet, Machu Picchu tuvo que adoptar medidas restrictivas en el ingreso con el fin de contrarrestar la sobrepoblación turística en terreno natural. No obstante, el viajante descubre al llegar que la imposición de turnos fijos con cada entrada y la obligatoriedad de ir con un guía son más un consejo que una imposición.


A 80 km del antiguo poblado incaico andino se encuentra la tremendamente pintoresca ciudad de Cusco, ubicada a 3600 metros sobre el nivel del mar. Antigua capital del Imperio Inca y casco importante en el entramado del Virreinato del Perú, este hermoso laberinto de piedra es parada obligada para el turismo europeo o norteamericano que, en tránsito hacia la ciudadela inca, tachan de su lista el renglón south America.



En Cusco, como en Machu Picchu, lo nuevo está camuflado, escondido, interviniendo el pasado como lo haría el proceso de conservación de una pintura: por capas, recubriendo desde la sutileza cada rincón hasta ganar, con el tiempo, la identidad de algo nuevo en modo invisible (subiendo de a poco la opacidad). La colonial Plaza de Armas está cercada por franquicias extranjeras (Mc Donalds, Starbucks, KFC ) que sólo se advierten a medio metro de distancia, indistinguibles de otras construcciones centenarias por el disimulo de su diseño . El centro histórico presenta así esa hibridación entre el origen y el reciclado comercial, entre el pasado mítico y el presente que vende el poster y el filtro. Como Roma, Dubrovnik o Kyoto, Cusco recurre a un relato histórico, a un fetichismo de lo mítico para establecer una renovación controlada de un tesoro nacional.


3.

Contrario en una primera mirada parece ser el caso de Las Vegas, que sirve de escenario de una Feria de las Colectividades de escala global.




Pirámides y esfinges egipcias, arcos del triunfo y Torres Eiffel francesas, estatuas y coliseos romanos, góndolas y puentes venecianos: todo en Las Vegas es la resonancia comercial de la Historia (y de su historia de neón, escondida en el Downtown).


El camuflado gift shop en el más absoluto silencio de Berlin es en esta ciudad la maqueta sobre la que se reduce cual Aleph el concepto de afuera para el estadounidense. Un casino, y luego, a partir de él, la construcción de una Torre Eiffel de 165 metros. Un casino, y por él, una fuente gigante y mil propulsores para el espectáculo de las aguas danzantes. Un casino, y sobre él, una pirámide de 107 metros. Capitalizar un origen mítico interno (el Rat Pack de Humphrey Bogard, Frank Sinatra, Dean Martin y formidables etcéteras, con la iconografía del casino, la mujer y la bebida) pero también recurrir al pasado exótico externo para condensar todas las estéticas de la celebración total (la identidad Vegas y la fiesta de disfraces). Porque en el Strip, la avenida troncal de la ciudad, todos transitan con su cerveza de casi un litro en la mano, se puede comprar y consumir marihuana libremente, está permitido fumar tabaco en cualquier lado y todas las opciones gastronómicas están abiertas a cualquier hora.


Entonces aquí el origen mítico es doble: el externo, ausente y reversionado en elevación, con la seriedad que implica, por ejemplo, hacer un casino de New York y re-presentar en la calle una estatua de la libertad y un Empire State de 160 metros de altura; y el interno, siendo la estética de la ciudad nueva, del Strip Las Vegas, una reminiscencia de ensoñación a esa personalidad originaria del Vegas de luces de neón de los casinos pioneros de los años cincuenta.


La frase de Houllebecq es atendible en cuanto a la importancia de estar vivos: “todo lo que pasa en la Historia nos está pasando a nosotros”. Como en aquel relato con IVA creciente acerca del origen del dulce de leche (que parece ser de Indonesia, según investigaciones recientes) podemos pensar en el norteamericano promedio que visita Las Vegas en su world tour sin pasaporte y se predispone a disfrutar de todo lo que su país inventó puertas afuera, ubicando sus consumos, ahí caminando, cerveza en mano, en el centro de la Historia. ¿Habrá un tiempo en el que la validez de la identidad de esta ciudad sea equiparable a la de Cusco y Machu Picchu, espejos en diferido de otra época? ¿O en Las Vegas hay ya dos homenajes al Otro ausente decorado, uno en tiempo, otro en espacio?

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