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Foto del escritorCentro Hausa

La Bogotá de John Carpenter

Un cronista observa el ascenso del suburbio, desde las lógicas de la lente turística.


Por Sebastián Vargas


Imágenes por Nahuel von Karg


Son las seis de la tarde y anochece en Bogotá. Un ejército de las tinieblas toma por asalto las calles céntricas y aledaños: son los bazucos, mujeres y hombres adictos a la pasta base de cocaína en estado de semi indigencia.




Me los cruzo de frente, me ignoran como si no existiera. ¿Pero quién soy yo? apenas un turista cargado de prejuicios, con el etnocentrismo a flor de piel, que va a sacarse selfies a sus cerros. Escuálidos, en harapos, reptan con la mirada perdida y balbuceando frases inconexas. Algunos alucinan, otros gimotean pero no parecen hostiles aunque afirman los oriundos que cuando cae el sol les empieza a picar la garganta y son capaces de todo por una dosis.


Son esos paisanos quienes me recomiendan no caminar por las calles y avenidas céntricas de noche, por lo que tomo un taxi hasta el hotel. Escudriño a los bazucos desde la ventana de la habitación, al amparo de las luces de neón de alguna marquesina. En la esquina se detiene uno de los grupos más entusiastas; pipean a dos manos, acompañados por sus victimarios, quienes les suministran el veneno. A la verbena se suman autos de alta gama, que por unos pesos se garantizan una noche tóxica.


No son necesariamente pobres, muchos pertenecen a familias acomodadas y de alcurnia que cambiaron el confort del hogar por una ¿vida? callejera de bajo puentes, ochavas, frío, violencia y consumo. Nadie parece redundar en ellos, ni los ocasionales transeúntes ni los militares que custodian la ciudad día y noche, rémoras de las luchas intestinas entre la guerrilla y el ejército. Son parte del paisaje, de la megalópolis, de lo cotidiano.


Los bazucos tuvieron durante un tiempo una calle maldita a quienes los cagatintas de turno denominaron Bronx; ahí podían doparse sin ser molestados hasta que el ejército la intervino so pretexto de ser una cueva del hampa.



Desconozco sus historias de vida, las razones de su decisión, ¿los estigmatizo? ¿los veo como fenómenos? ¿los entiendo? ¿me interesan? Ellos desconocen que en su ciudad, desde la plaza de los periodistas parte un tour gratuito por las casas de poetas célebres, organizado por la alcaldía. Que en el domo de la cúpula del planetario proyectan imágenes acompañadas por luces y música de las grandes bandas de rock de este siglo y el pasado. Que en pleno centro pervive un cine arte en donde pasan, a un módico precio menor al de una taza de café, joyas de todos los tiempos. Que existe una calle de las librerías donde se puede conseguir, tras mucho trajinar, Noches de Humo, testimonio periodístico de la toma del palacio de justicia por parte de la guerrilla del M-19, que culminó con una masacre del ejército que arremetió a sangre y fuego contra combatientes y civiles por partes iguales. Que la connivencia entre política y paramilitares dejó miles de muertos en fosas comunes, poblaciones arrasadas y familias desamparadas. Que esos casos siguen hoy impunes y sus ejecutores están libres y postulándose a cargos electivos.


Quizás, yo me equivoco y sí conocen todo esto, y ésa es la razón por la que eligen esa esquina desde la que los observo antes de ir a dormir.


Mañana parto hacia Cartagena, son apenas dos semanas de vacaciones.

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