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La tiranía del formato

por Leandro Diego


La falsa épica del himno durante los partidos de la selección de fútbol, la desfachatez de las campañas políticas, el non-sense de ciertos reclamos populares: fenómenos que se revelan como la desnuda mímica del parecer, una danza de formatos que evoca el eco de significados ya vacíos, ya huecos.

Si después de McLuhan todes supimos -y lo supimos para siempre- que el medio es el mensaje, no debiéramos asombrarnos ante la posibilidad de que el formato se haya convertido en contenido.


Después de descubrir cierto fraude fundacional, Lisa Simpson prefirió no divulgarlo frente al pueblo de Springfield amparándose en la creencia de que el mito de Jeremías era más valioso que la verdad. Hoy, que no hay verdades que ocultar porque en la maroma comunicacional, todas -hasta las que involucran conspiraciones cósmicas o revisitan teorías descartadas sobre la forma terrestre- son dichas por alguien (aunque ese alguien sea un trol), la supremacía del formato, en desmedro de los falsables contenidos, resulta ser el andamiaje que sostiene el statu quo que nos oprime.



Durante algún momento de 2018, en mi trabajo se vivió un momento de -mínima- tensión. Quien haya tenido que participar alguna vez en un reclamo sindical sabe que la unión de les compañeres en torno a un mismo reclamo es bastante difícil de lograr: que emergen, en ese intento, las miserias y contradicciones más absurdas de lo que -¿todavía?- podemos llamar clase media.

Ese día dejamos de trabajar durante una hora para reclamarle mejores condiciones de trabajo a les jefes. Pero en menos de lo que se desfasaron las paritarias del primer semestre, todes, trabajadores, jefes y algune que otre delegade, terminamos pidiendo medialunas y riéndonos de las desgracias por venir. Una persona, en el grupo de whatsapp que teníamos les compañeres, dijo: Orgullo, siento, de mis compañeros. Cuando nos organizamos, lo podemos todo.

Cualquiera que lea ese mensaje puede verse inducide a creer que habíamos hecho una revolución salarial. Pero no. No habíamos hecho nada más que comer medialunas. Esta persona habrá leído o escuchado que, de les compañeres de trabajo, cuando reclaman, se siente orgullo y entonces no sabemos si lo sintió, no sabemos si sabe lo que es sentir orgullo por les compañeres de trabajo, pero sin ningún estrés, esta persona dijo que sintió orgullo por algo que no pasó: ni nos organizamos ni pudimos nada.

El formato del mensaje existe, el mensaje está, pero lo que quiere decir ese mensaje, lo que en algún momento supo significar ya no significa nada.


Una noticia ya no es una noticia. Tiene el formato de una noticia, pero no tiene por qué ser una noticia: puede ser un fake. Un debate presidencial representa un debate presidencial pero ya no es un debate ni -mucho menos- presidencial: queda su esqueleto, su formato. Una entrevista tiene la estructura de una entrevista (alguien-que-pregunta / alguien-que-responde), pero es un intercambio de halagos y comodidades.

Cuando la pereza intelectual y la atrofia sensorial se entregan a la repetición de un hacer que sólo hace para seguir haciendo, la saturación produce la sensación de que todo lo establecido, todo lo vigente, todo lo que fluye por los circuitos tomados por la desidia y la producción en serie, está muerto.


El vaciamiento de los contenidos a expensas del sometimiento a los formatos para garantizar circulación aniquila los pactos de lectura. Y sin pactos de lectura, todo, mientras se parezca a lo de siempre, se tolera y se admite. Precisamente porque circula.

La democracia, el Congreso de la Nación, el cuento, la novela, el largometraje, la familia, la pareja, la noticia, el automovilismo, el documental, el fútbol, la crónica, el noticiero, el diario, el disco, el EP, la canción, la revista… el apego incuestionable a los formatos es lo nos que aplasta y nos condena a vivir un tiempo que es un antes, a la vez que limita nuestro presente a ser un futuro potencial, una posibilidad que nunca llega.

La esperanza que a principios de siglo significó Internet con el auge de los blogs y la producción amateur, se vio sepultada en la era de las redes, que matcheó a la perfección con el regreso victorioso del espíritu del self-made. Todo emprendimiento alternativo terminó sucumbiendo a la misma maratón del hacer que impidió poner en cuestionamiento los formatos y soportes en los que viajan los contenidos.

Lo amateur se profesionalizó y lo alternativo pasó a ser una categoría de mercado.

El periodismo representa un mundo tan viejo que parece de mentira, de ficción. El fenómeno contrario se observa en literatura, donde el realismo más chato y el intimismo más oportuno, terminan sepultando en el verosímil y la trivialidad a las narrativas más pretenciosas. En la carrera por la viralidad, en la salvaje revuelta en busca del trendigtopismo, Spotify convirtió a Napster en el nuevo negocio discográfico legal y Netflix rescató a la debilitada industria audiovisual para regurgitar un tsunami de contenidos que no aportaron nada más que un entretenimiento reciclado en el que hasta la ironía de fin de siglo se volvió complaciente.

Si este escenario se hizo posible en unos pocos años, no fue solamente porque unes poques hayan concentrado y usufructuado el poder y los medios, sino porque les emergentes de fin de siglo, les primeres internet-producers, les millennials, optaron por la comodidad de entender a la creación como un trabajo y así decidieron vivirla: esperando un salario mensual a cambio de producciones que cumplan los requisitos necesarios para cierta circulación: un formato reconocible.

Unes pusieron las condiciones y les otres, orgulloses, se contentaron con comer medialunas y sentir orgullo por su trabajo.

En un contexto cultural que mastica los contenidos ahuecándolos y asfixiándolos en pos de sostener la legibilidad de los formatos que garanticen la circulación, cualquier trabajo resulta un enemigo.

Tode creadore debería estar más preocupade por librar a su creatividad de las cadenas que los formatos le imponen, por enfrentar la triste realidad de que sus prácticas se hayan convertido en pantomimas que le hacen el juego a la derecha, que por perseguir la beca de turno o desesperar por el destino de sus pdfs.

En la era del self-made, del emprendedor cultural y del influencer rosquero, en una época que redujo el proceso creativo a una serie de consignas-que-hay-que-cumplir-o-no-circulás, les creadores tal vez deban asumir que ya no hay garantías de que el futuro sea suyo por prepotencia de trabajo; que, si se quiere un futuro para la creación, va a haber que renunciar a ciertas comodidades, huir de ciertas batallas y, como invitaba Fogwill, ponerse un taxi.

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