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El Príncipe en siete caras

Gustavo José Pena Casanova, apodado «El Príncipe», fue un músico uruguayo que tuvo una sobrevida con la puesta en valor de sus canciones, por artistas de nuevas generaciones. Aquí, un compatriota ofrece claves para entender el Antes.

Texto por Christian Martinez


Ilustración por Ivan Eyharchet



1

Esquina del Bar San Juan. Una mesa vacía y una tormenta que afuera se lleva todo por delante, en el Montevideo antiguo.


Los amigotes de la barra miran sus relojes y la frase de hace años es la misma

–Anda jodido el Príncipe...


Tiempos en hospitales, parálisis, neumonías eternas y hasta fracturas que lo dejaban largos períodos fuera de su mundo. Ya no abrir la puerta del bar con una sonrisa desprejuiciada y tierna, de niño grande. No viene más ese chiste fácil, tan a mano otrora.

El secreto mejor guardado de la bohemia uruguaya de los 80 ya no está, discontinuado en dosis homeopáticas.

En los jardines de infantes del Uruguay suena una de sus canciones. Las maestras la eligieron por su épica, y una letra que invita a repensar los caminos de la vida, la valentía ante toda adversidad. De cómo sobreponerse al tiempo y al espacio cuando todo lo negativo parece ser gigante, así es Pensamiento de caracol.

“Yo no me asusto de la tormenta Tampoco el frío es preocupación Vivo la vida naturalmente. Dijo mi vieja Tené cuidado allá en la estación Hay unos bichos para los cuales La construcción y la destrucción Son iguales...son iguales..”



2


La leyenda de El Príncipe y el under de Montevideo, que un día se fueron al Norte.

Difícil de encasillar en un género, sus viajes a Brasil en los ´80 lo enamoraron de la bossa, y a los ritmos brasileros los juntó con grandes del under como The Harold Andersons Group y el Grupo Capote. Sin contar las innumerables y dispares colaboraciones con quien se cruzara por allí, en la calle. Donde más cómodo se sentía

En Brasil no perdió la costumbre de no ser nadie. De noche despuntaba el vicio de tocar en escenarios donde no era invitado, para luego ser llamado si estaba entre el público. De día dormir en la calle, o atender un lúgubre puesto de churrasquitos a la bajada de una peligrosa favela.

Los músicos y los delincuentes lo respetaban. Contaba Gustavo que bajaba y le pedían “dos cervezas frías y tres vasos”.

–El tercero es para vos, vos tomas con nosotros.

“Los pibes cumplen condena, entran y salen las penas, entran y salen las penas de su niño corazón y tienen la valentía (ay) de ganarse el día a día aunque una noche sin luna se pierdan su encendedor...”



3

Un descubridor de estrellas del Uruguay cuenta una anécdota de cuando lo conoció al Príncipe.

–Me había traído unos demos, vino él en persona y fue uno de los poquísimos casos donde escuchamos su material y nos intereso y le pedimos que viniera al día siguiente a grabar. No volvió nunca más.

En las inagotables noches de la Sala Zitarrosa el Príncipe vivía componiendo sin cesar decenas de canciones que luego no registraba ni volvía a reproducir. Si lo veías y su música te gustaba, debías grabarla de forma artesanal en algún lugar tuyo, esa creo era la idea de él: ser el artesano de canciones que vocación de desaparecer.

“ My beibi yo estoy en mi lugar No tengo un gran anillo y menos un diamante Pero estas vos y yo me siento bien Por más que existan tipos que no quieren a nadie Y haya peligros en el cielo Y hagan paquetes con el arte Beibi yo te quiero…”


4

A finales del los 90 su lugar en el mundo era el boliche Laeskina, en el cual daba una serie de conciertos a mano de mandolina y todos los instrumentos que había aprendido a tocar sin profesores ni colegios. Autodidacta, le sacaba brillo al instrumento que se le cruzara, aunque repetía que le gustaban los pianos.

Formó numerosas bandas, a veces hasta tres al mismo tiempo. Como si no pudiera estar quieto, un fuego de culto con el lema latente de “Sólo para entendidos”.

El Maciel, enorme hospital uruguayo a principios del 2000, fue su segundo hogar. Cuando parecía que no salía, él se las arreglaba para pasar por una grapa por el Bar San Juan.


Acostado con una parálisis se hacía poner un micrófono sobre su cama, donde grababa maquetas y las mezclaba con la mano que tenía sana.

Se despertaba a la madrugada sobresaltado para grabar aquella melodía que había tocado en sueño, como aferrado a un terciopelo precioso que no quería soltar.

“Dime hoy que te pasa Yo, yo no supe que hacer Sólo pude correr a estar solo En mi casa Vos ayer no contrastes en Dios Yo perdía la voz y los dos en el medio de este baile Mmmm se que otro año se fue Un balance sin fe Que pintó de color el dolor..”


5

“Siempre que dejé la música se me vacía todo, me va mal. Con la música puede ser que me vaya mal pero me siento re bien y la gente también..”

Las dificultades económicas de “no pegarla” las vivía con humildad y naturalidad.

–Yo paso hambre de verdad. No es una historieta o una imagen, ¡es verdad!. Me levanto y no tengo leche, no tengo pan, no tengo nada. Me tomo un café y salgo a la calle porque la música no pasa por mi lado físico, mi físico es muy débil, siempre lo fue. Por eso la música no sale de ahí, mi cuerpo sólo la disfruta.


Como si una mente brillante y tierna capaz de escribir cosas hermosas y felices viviera dentro de un castillo frágil y enfermizo.

–Yo me voy a morir tranquilo porque mi vida me la elegí yo, me la dieron por todos lados y me la siguen dando, pero las decisiones las tomo yo.

6

En la cama del Maciel El Príncipe sonríe y cuenta anécdotas todo el tiempo sin parar, para el documental sobre su vida, “La cocina”. Cálida y fraternal, la cinta es una comunión real de quienes compartieron sus últimos días.

–Yo viví haciendo locuras –cuenta–, locuras buenas, y una atrás de otras; pero de buen talante, de buen corazón. Cambié la maldad que tendría que haber hecho con otros conmigo, pero no me siento mal con eso. Me siento enfermo. Y de pronto se ríe.

Una cama en una sala común de un hospital inmenso, como un lugar que podía encerrar su cuerpo. Pero no su ánimo ni sus pensamientos.

–Mi Mamá… mi Mamá… me gustaba mucho mi mama, me gusta todavía. Era muy talentosa, bordadora. Tan pelotuda que se vino a enamorar de un milico, que era lo peor –y se queda pensando–… Papá yo también te quiero, pero claro, lo comprendo. Un tipo a ese nivel no podía hacer nada que brillara.

7


Se baja el telón un 2004 agitado. Deja un centenar de canciones grabadas que unos días antes había mostrado y cantado para el documental, como un niñito que no sabía que todo está por terminar, que no vio el éxito porque nunca lo buscó.

Después de su muerte su canción “Como que no” fue revivida por numerosas bandas de Brasil y Argentina, e incluso Manu Chao la adoptó para sus conciertos en la radio La Colifata. ¿Qué queda después del Todo?

–No se para quién hago la música –había resumido, Antes–; yo sé porqué la hago: la hago porque no puedo parar de hacerla. Es como mi misión.



"En su imaginación mi niña es una nave Volando con las aves de su imaginación Sin ninguna razón

Ni destino, ni planes Llevó su corazón al cielo Sin ninguna razón Por eso no la busques en el suelo Ella esta con su amor en pleno vuelo Viajando por el cielo de la vida Sabe que la verdad es una estúpida mentira

Imaginando buenas, mirando desde arriba Imaginando buenas Yo no lo sé mi niña sabe…"

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