Debajo de una poesía liviana, improvisada, trasciende el horror y la amenaza. Una postal de Las Vegas ensangrentada y convaleciente, que llega por correo en Navidad.
Texto de Martin Bustos
Ilustraciones por Aven
Prevalece tu amor
La Vida
a la calidad de tu obra, me digo.
Los más grandes artistas dieron su existencia, su vida por el arte,
porque se dieron cuenta de que los sobrepasaba,
y que su experiencia al lado de la gran verdad del arte era insignificante.
O sea,
una mierda.
Una y otra vez sigo la misma ruta en un espacio infinito.
Estoy hablando de un espacio ideal.
De una ballena humana que no puede salir a la superficie
que no puede digerir la comida,
porque no puede
aunque quiera
digerir la comida.
Esta ballena humana no se soporta, ni soporta otros ecosistemas.
Lo que dice,
su vomito,
contamina y aumenta la decrepitud de su entorno:
mi propio ser.
Una ballena como ésta,
vive,
mata lo que puede
se hunde.
¿Cómo sobrevivir a tremenda hija de puta?
La tripulación asiente con la voluntad ciega de un adicto. Nuevamente, Ahab viene tras de mí. Desde mi nacimiento intenta capturarme,
sonrisa blanca
resignada.
Y luego el interludio:
éste es un mar de nada.
Y nadie sabe (lo que persigue)
Quizá esa ballena blanca es la felicidad. En el fondo, todos somos igual de ignorantes, nos inquieta la duda y nos tranquiliza la imbecilidad.
Un típico cuadro de transición en el que el pasado y el futuro se niegan hasta suicidarse.
Dos impostores.
O sea,
resumiendo,
no nos importan.
Por último, agregar:
esa intimidad que nos plantea el alcohol,
esa
innegable
indulgencia
que nos da la borrachera,
incomparable.
Nos resetea
nos vuelve a escribir.
Es grande. Es inmenso.
¿Nos da una razón por la cual seguir adelante sintiéndonos felices porque sí?
Si leiste a Sartre te das cuenta.
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